CARMEN MONTORO CABRERA







DE LO QUE CREAMOS Y LO QUE CREEMOS

El escenario del panorama plástico parece justificar cualquier actuación, incluso la de supeditar la necesidad de expresión personal a la de impactar con mensajes artísticos. La borrachera visual hace que estemos tan acostumbrados a consumir las imágenes, que a veces no nos paramos a reflexionar sobre cómo y qué. 

En medio de esta vorágine visual, en ocasiones, de tembloroso rumbo y desconcertante destino, la forma se relega a un segundo plano. No estamos enjuiciando a nada ni a nadie, sólo reflexionando en voz alta sobre el momento actual, sobre la creación, las dificultades de producir, de crear, de difundir y hasta de consumir arte. Porque, en definitiva, todas estas cuestiones conforman el mapa creativo y dentro de él,  el público, como siempre, es fundamental,  ya que todo lo que se crea espera ser visto, quizá aprobado e incluso valorado.

 Como público, que en el fondo somos todos, vemos cómo influye nuestro bagaje de lo aprendido y asimilado visualmente, a la hora de enjuiciar. Si tenemos en cuenta que sólo lo que hemos asimilado ha entrado a formar parte de nuestro intelecto y que sólo a partir de lo aprendido podemos construir conocimiento, entenderemos el rechazo o la aceptación que se muestra ante lo desconocido, ante lo nuevo y ante aquello que nos obliga a replantearnos nuestra propia conciencia de lo que nos es ajeno.

En medio de este replanteamiento consciente, como público que consume imágenes continuamente en la sociedad de la información y el conocimiento, vemos cómo la realidad del artista estriba en la incesante búsqueda de nuevas formas de expresión que, en ocasiones, se mantiene fiel a su esencia, a su carácter y convicción, y que en otras, tiene como objetivo principal producir sorpresa, por encima de valores intrínsecos del proceso artístico, y supeditando cualidades y calidades de la misma obra, todo en pro de imponer y conseguir la atención del espectador. Ambas circunstancias se producen y son respetables.

Pero hay una cuestión positiva y mucho más interesante, a mi juicio, que lo que mueven las tendencias, las modas, la necesidad de sorprender, el mercado del arte o simplemente la tónica de la demanda. Y es la creencia de que, al margen de los altibajos en los momentos de ebullición creativa y las circunstancias que rodean a la demandas,  los creadores se liberan de las ataduras de los circuitos de difusión del arte y se organizan, replanteando las funcionalidad de su propio acto creativo,  de sus obras, o de las formas de contar las cosas, en definitiva, la capacidad de adaptación a los tiempos. 

No nos cabe duda, la diversidad y riqueza creatividad está marcada por la pluralidad, con todos los matices y cuestionamientos que se consideren oportunos y cuando    las circunstancias no son favorecedoras, el artista, en un afán por que su obra no se camufle en la multitud, origina nuevas formas de expresión y participa de nuevas tendencias que sobrepasan la normalidad, quizá instalándose en las micronarrativas a las que alude María Acaso cuando afirma: 

“[…] las Artes Visuales Contemporáneas se radicalizan hacia las micronarrativas, hacia aquellos temas que la imagen comercial, no tocará jamás, precisamente porque tiene que ser diferentes de ella en el contenido en esta época que son prácticamente iguales en la forma”.